Por la presente, yo, Manuel, en pleno uso de mis facultades físicas y mentales, y sin que medie coacción, presento mi renuncia.
Renuncio a que este trabajo se lleve mi alma en cada línea de código, mi energía en cada incidencia que resuelvo y mis ganas de vivir en cada hoja de actividad que relleno. Al menos las nóminas me hacen recuperar la risa, aunque sea por no llorar. Me niego a que me siga robando las sonrisas y la calma. Por ahora seguiré yendo a la oficina, seguiré picando código y resolviendo incidencias. Seguiré dejando que me controlen el tiempo de trabajo. Pero no me controlarán más la vida.
Dimito del convencionalismo que me obliga a callar lo que pienso y a pensar cada palabra que hablo. Dimito de sentirme culpable de lo que siento y de lo que no siento. De vivir en la mentira de lo socialmente correcto y en la corrección de mentirme a mí mismo para encajar donde debo, que no es donde quiero encajar. Dimito ser la persona que debo ser, para dedicarme a ser la persona que quiero ser.
Abdico del desaliento solo porque no requiera esfuerzo. De ceder ante el miedo a las tormentas y saltar el primero del barco, como las ratas. Me niego a perderme el espectáculo del hundimiento, o el milagro de la salvación. Si es necesario me ataré al timón por si mis fuerzas desfallecen. Pero si siento que aquí debo estar, de aquí no me moveré. Como una roca. Como un planeta. Como una puta bomba atómica.
Renuncio a conformarme con la mediocridad y el gris. Renuncio a ocultar mis sonrisas y mi felicidad solo porque a algún envidioso le joda verme feliz. Renuncio a perecer ahogado entre la gran masa inerte de la población mundial y caminar como un fantasma por la vida soñando con llegar a algún sitio, en vez de disfrutar del sitio en el que estoy en cada momento.
Porque estoy VIVO. Porque es MI vida y no la de los demás. Porque si he llegado aquí, nada me va impedir llegar más allá.
En Málaga, a 31 de julio de 2009.