sábado, 15 de septiembre de 2018

Now

Miro una flor. Es hermosa. Amarilla.

No es perfecta. Pero es hermosa. Tiene una hendidura en el borde de uno de sus pétalos, como si un ser diminuto, algún duende travieso, hubiera sufrido un ataque de hambre al verla y no se hubiera podido resistir. Y aun así es hermosa, aunque no sea perfecta.

Su color tan amarillo, tan particular, se debe a que, cuando el sol la ilumina, sus pétalos absorben la luz de otros colores, y de todo el espectro visible, solo refleja la frecuencia que nosotros percibimos como amarillo. Con ese tono amarillo tan particular que la hace hermosa. Es una razón de lo más mundana, no tiene nada de romanticismo. No tiene nada de místico. Y aun así, es una flor hermosa, y no deja de serlo porque su color se deba simplemente a una razón mundana y perfectamente explicable como un fenómeno físico.

Aunque esté rodeada de barro no es menos bella. Aunque sepa que hace unos meses solo era una semilla marrón, pequeña, imperceptible y enterrada. No me importa lo más mínimo. Ahora es una flor. Y es hermosa. Y no deja de serlo por haber sido otra cosa antes, ni porque los alrededores sean feos.

Tampoco me importa que puede que en el futuro se marchite. Todo en esta vida se marchita. Todo perece. Yo mismo mientras tecleo estas palabras ya soy más viejo que cuando escribí "Miro una flor" unas lineas más arriba. Es inevitable. E inexorable. Y puede que nunca ocurra.

Y me da igual: ahora es una flor, y es hermosa. Y no deja de ser hermosa por lo que pase en el futuro.

Puede que el año pasado, en ese lugar, hubiera otra flor amarilla. Puede que en aquel momento me pareciera la más bella de las flores, y que la haya olvidado porque se marchitó en un segundo. Pero eso no significa que la flor que miro ahora no sea la más bella de las flores. Ni significa que se tenga que marchitar igual de rápido. Ahora es una flor, y es hermosa. Y no va a dejar de serlo porque hubiera otras flores. Ni porque se marchitaran. 

Y aunque pasemos la vida rodeados de flores hermosas, se nos olvidan las flores. Nos perdemos en cuestionarnos por qué habrá crecido una flor en dicho sitio. Preguntándonos por qué tendrá esa pequeña imperfección. Elucubrando cuando se marchitará. Calculando cuanta agua hará falta. Preocupándonos de regar de más o de menos. Comparando nuestras flores con las demás flores. Pensando en que el color se debe a tal o cual frecuencia de luz. Buscando razones para decidir si es hermosa o fea. Perdiendo el tiempo.

En vez de simplemente mirar la flor. Olerla. Apreciarla. Amarla. Y olvidarse de todo lo demás, que ni ha importado, ni importa, ni nunca importará.