lunes, 9 de marzo de 2015

Aqui arriba


Un viento helado me corta la cara y mece suavemente el telesilla. Me subo la braga hasta la nariz, me calo el gorro hasta las orejas y me ajusto las gafas de ventisca. Me calo también los guantes y cierro el velcro de los puños del chaquetón sobre ellos. Levanto la barra de protección, dejando la tabla colgando, anhelando el contacto con la nieve.

La tabla por fin hace contacto con el suelo. Apoyo firmemente los pies y con un empujón me separo de la silla, que vuelve abajo en su ciclo interminable. Me deslizo unos metros por la suave pendiente hasta apartarme de la ruta de salida del telesilla, frenando con el pie que tengo libre. Finalmente me giro y me dejo caer de culo. Un mullido cojín de nieve polvo me recibe.

El sol de mediodía brilla en lo alto. El cielo tiene un azul que parece sacado de un cuento. Si no fuera porque el viento sopla frío y por el blanco manto en que me siento, la mañana podría pasar por cualquiera de junio.

Echo un vistazo alrededor. Una blanca colina, manchada de postes azules coronados por pendones naranjas, se extiende ante mis pies. Parece mentira que sea domingo. Apenas hay gente en esta pista. Estoy prácticamente solo. Desde Borreguiles llega un eco lejano de música y gritos de principiantes. En la cima de la Loma de Dílar la gigantesca antena parabólica del radiotelescopio mira al cielo, suplicando estrellas a la luz del día. Junto al Veleta, las cúpulas gemelas del observatorio brillan como perlas bajo el sol.

Alejando la vista hacia el norte me encuentro con la vega de Granada. El blanco deja paso a una infinidad de tonalidades ocres y verdes. La ciudad apenas se distingue allá a lo lejos, cubierta por un fino manto de nubes bajas. Y en el horizonte Sierra Morena se dibuja como una mancha borrosa, alta y oscura.

El viento parece dar una tregua. Me quito el gorro y la braga. Levanto la cabeza y miro hacia arriba. Las lentes de espejo de mi mascara de snowboard casi me permiten mirar al sol directamente. Y siento como calienta mi cara.

Y respiro hondo el aire más puro que respiraré en mucho tiempo. Y cojo un puñado de nieve. Y lo aprieto hasta que siento el frío en mis manos. Y por un segundo me fundo como la nieve. Y por un segundo me siento parte de la montaña. Y por un segundo soy una masa de rocas cubiertas de árboles y nieve, y mido 3000 metros de alto. Y  por un segundo nada ni nadie puede derribarme.

Aquí arriba estoy en la cima del mundo.

Aquí arriba no hay más voces que la del el roce de la tabla con la nieve y la del viento susurrando en mis oídos.

Aquí arriba mi única preocupación es el siguiente giro.

Aquí arriba no llegan los fantasmas de la vida de allá abajo.

Aquí arriba solo el hielo puede hacerme daño.

Aquí arriba soy libre.