No necesitamos el miedo. No necesitamos la culpa. No necesitamos el rencor ni la rabia. No necesitamos la mayor parte de recuerdos inoportunos que nos asaltan por las esquinas de la cotidianidad. No necesitamos explicaciones de lo que no pudimos cambiar porque nunca dependió de nosotros. No necesitamos el control, porque nunca lo hemos tenido y nunca lo tendremos. Ni siquiera necesitamos la sensación de tenerlo, porque no es más que otra mentira con la que cegarnos a nosotros mismos. No necesitamos todas esas baratijas en las que nos gastamos el sueldo para hacer ver que encajamos. No necesitamos una hipoteca ni un contrato fijo: son atajos hacia el encaje en la sociedad que se espera de nosotros, pero en realidad no los necesitamos.
A veces solo necesitamos una mirada. A veces un susurro al oído. A veces solo necesitamos un beso y una caricia. A veces simplemente una charla hasta que el sol sorprende por el horizonte. A veces solo necesitamos la brisa y el azul del Mediterraneo al salir de la cama. A veces una sonrisa. A veces basta con sentir que el corazón late más fuerte. A veces un cosquilleo en la boca del estómago. A veces se para el reloj para que nuestras vidas se pongan realmente en marcha. A veces el lugar y la hora son lo de menos.
A veces solo necesitamos eso: un trocito de cielo.
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